jueves, 13 de noviembre de 2014

Todos tenemos nuestra propia guerra

Mañana se celebra el llamado "Día del Veterano", donde le rendimos honor a los que han peleado en las diferentes guerras, sirviéndole a su pueblo. Un homenaje muy merecido a aquellos hombres y mujeres que han sacrificado y hasta perdido sus vidas luchando por nuestra libertad (estemos de acuerdo con la guerra o no). Y también es un día para recordar la guerra que estos héroes pelean acá luego de terminar su misión: múltiples heridas y complicaciones físicas en cuerpos que estaban completamente sanos, problemas burocráticos para recibir los tratamientos físicos y psicológicos que necesitan, la realidad de que sus vidas no serán las mismas de ahora en adelante... No es fácil para ellos no allá ni acá. Pero, ¿y qué tiene que ver eso con nosotros? Quizás literalmente nada. Sin embargo, analizando nuestro diario vivir, cada uno de nosotros tiene su propia guerra, que pelea como puede y con las armas que tiene a la mano. Muchas de esas guerras tienen un fin noble. Otras, las perdemos desde el saque. Pero son nuestras guerras. Y nadie las puede pelear por nosotros.

Como la madre o el padre que cría sola o solo a sus hijos. Porque aunque los hijos son una bendición, criarlos sin el otro padre jamás será fácil. Ese vacío no es fácil de llenar. A veces es imposible. Y si a nosotros se nos hace difícil entenderlo, lo es mucho más el explicárselo a nuestros hijos si la razón de la ausencia es voluntaria y no aparece ni en las páginas amarillas. Pasan los días, los meses, hasta los años y ni rastro de mi papá (o mamá, aunque no lo creamos). No está ahí para despertarlos, para ayudarlos a prepararse, para darles el desayuno, para llevarlos y buscarlos a la escuela, para ayudarlos con las tareas, para llevarla a las prácticas del equipo, para contarles su cuento a la hora de dormir... El ejército eres tú misma o tú mismo, y la guerra es con las cargas diarias.

Y alguien que sabe de cargas es el que lucha con sus vicios. Esos mismos que se han apoderado de su cuerpo y su mente, y no le permiten pensar ni desear nada más. Todo pierde importancia: la familia, la pareja, el trabajo, los sueños, las metas... Te declaras la guerra a ti mismo, sin piedad. Y aplastas tu voluntad, y quedas a merced de la droga, del alcohol, de ese vicio que no te deja ser libre.

Aquel o aquella que tiene dos o tres trabajos para poder vivir, parece que vive encerrado. Salir de uno para entrar al otro. Y luego al tercero... Dile adiós a dormir, a divertirte, a estudiar, a tu familia, a tu vida social... ¿Y nos disfrutamos ese dinero? No, es para pagar, para intentar estar al día con la luz, el agua, el carro, la casa... Tú menciónalo y lo debes. No siquiera para ahorrarlo, da. Y si rompes noche, mucho menos vale la pena. Le declaras la guerra a la pobreza. Una guerra que peleamos muchos, a toda hora...

Como quien trabaja mientras tu y yo dormimos para nuestra seguridad o salud. Si, a los que nos gusta pelearle e insultar. A esos policías, bomberos, médicos que dejan sus familias para cuidarnos y protegernos a todos. Que aunque le deban dinero, se ponen el uniforme para cumplir con su deber. Mientras nosotros dormimos o jangueamos tranquilos. Si, siempre hay manzanas podridas entre ellos. ¿En dónde no? Pero para aquel que no ha roto noche nunca, no es fácil. Hay que hacerle la guerra a la vida fácil para poder seguir adelante.

Adelante, bien preparados, como quien estudia y adquiere conocimiento. Y decide que la ignorancia no lo va a marginar ni a doblegar frente al montón de listos y tramposos que, lamentablemente, viven entre nosotros. Porque el conocimiento siempre será poder. Y es algo que nadie te podrá quitar. Y abre puertas que no imaginamos. Es pelear por las oportunidades.

Y no hay mayor oportunidad que la vida misma. Y eso lo sabe mejor que nadie quien vive con una limitación física o mental. Ahí tu propio cuerpo te declara la guerra diariamente. Y tu mejor arma son las ganas y la voluntad de seguir adelante. Desde el simple acto de levantarte, vestirte, comer, escribir, leer, moverte puede ser una dificultad que puede doblegar a cualquier persona. Pero estas personas nos enseñan que, quizás, ese problema que vemos tan grande no lo es tanto.

Un problema que si es grande, y toca las vidas de muchos, es la violencia. Quien sufre de violencia libra una guerra prácticamente desarmado. La violencia conyugal. Contra los hijos. El bullying en las escuelas. El hostigamiento laboral. La gente matándose en las calles. Nuestra sociedad parece un escenario de guerra. Donde corres más peligro que en Irak...

Pero los buenos son más, los que dan la milla extra. Esos padres, esos maestros, esos empleados, esos misioneros, esos seres humanos que le declaran la guerra a la mediocridad, a la conformidad, y que trabajan por un mejor mundo. En sus casas, en sus empleos, sus salones de clase, sus iglesias, y adonde quiera que van. Y le enseñan al mundo el mejor de los rostros: el del amor al prójimo.

A quienes han luchado y hasta derramado su sangre para el bien de una nación, no hay palabras suficientes para darles las gracias, estamos eternamente agradecidos. Y a los que todavía luchan, en el frente de batalla y en su realidad diaria, mi respeto y apoyo. Hay que seguir... 

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