Yo me imagino que los fabricantes de salchichas, jamonilla y corned beef se reúnen en el Morro a hacer la danza de la lluvia todos los meses de agosto. Las tormenteras son opcionales, pero esa lata de corned beef de $ 7.00 no puede faltar. La mujer más amada esta semana se llama Carmela. En fin, ¡qué empeño del puertorriqueño de llenar los gabinetes de latas! Los supermercados parecían Irak... con matices de Plaza Guaynabo. Yo, por si acaso, me llevé el tenedor de Abdullah the Butcher debajo de la tetilla en caso de formarse un Royal Rumble frente a las paletas de agua.
Lo que si no me imagino es que nos enojamos si no viene la tormenta. ¡Qué pantalones! Aquí, si no vemos las planchas de cinc volando o a Pedro Rosa Nales arreguinda'o de una verja en Vieques, no estamos tranquilos. Nos sentimos como abandonados. Lárguense a los Cayos de la Florida para que los jiendan como avellanas, entonces.
La única explicación que le encuentro es que nos agarramos de cualquier cosa para olvidarnos de la política, el crimen, la inflación... Es quizás el único momento en el cual compartimos con el vecino, no sólo una extensión eléctrica o un poco de comida, sino un instante para descansar del trajín diario y todos sus problemas. Como dice la canción: "paz en la tormenta"...
Fuera de los días libres, del jacket del Gobernador, del break dance de Susan Soltero, demos gracias a Dios porque hasta ahora nada ha pasado. Pero, he llegado a la conclusión de que este país necesita estar en "aviso de tormenta" permanente. En estos momentos, sale lo mejor de nosotros como pueblo... aunque sigamos peleando por una lata de salchicha.
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