Ay, el Chavo... No era la estrella más brillante de la noche, pero era especial. Siempre pidiendo paciencia a aquellos que se pasaban recordando lo limitado de su conocimiento. Sin embargo, lo aceptaban así como era. Porque la paciencia había preparado a los demás para tolerar y esperar lo mejor...
Tolerancia... La esperamos todos, pero pocos la practicamos. Porque creemos que todo el mundo orbita alrededor nuestro. Nos creemos un sol, aún sin ser rubios. Y nos sentimos con la libertad de decirle a los demás lo que tienen que creer y/o hacer. Porque yo lo digo. Y tú no sabes... Ah, y si te equivocas... No lo olvidarás jamás, porque te lo recordarán por siempre. Las diferencias -para el intolerante- son la excusa para atacarte, muchas veces proyectándose en ti. "¡Es que no me tienes pacieeeeeeeencia!" "¡No!", dice San Intolerante...
Y pedir paciencia es, como decimos los boricuas, "fuete pa' tu fundillo." Nos olvidamos que, cuando pedimos paciencia, se nos dan pruebas. La paciencia no se da, se desarrolla con el tiempo, con el fuego de las pruebas. Y con una buena actitud. Indispensable para tratar a los demás y las diferencias entre nosotros. Las diferencias en crianza, en creencias, en vivencias... Hasta la persona más paciente jamás termina de desarrollarla.
Es esperar... y esperar... Y esperar, a veces renunciando a nuestros propios deseos. De mandar a buen sitio a esa persona que, tan amablemente, nos dañaron el día. O largarnos del trabajo para nunca más volver. O empacar nuestras cosas e irnos lejos... Tentador... ¡Pero naaah! No se resuelve nada, porque no es el problema: es la falta de paciencia ante él. Lo tendremos mientras no lo resolvamos, comenzando por aceptarlo.
Porque vivimos en una isla muy pequeña como para no poder soportarnos. Para no poder respetarnos. Para no sólo, simplemente, "pichearle" a nuestras diferencias y aprovechar nuestro tiempo juntos para vivir... sólo vivir. Recordemos: en este cuadrilátero llamado vida, si uno luce bien, el otro también. ¡Eso, eso, eso...!
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