No sé cuántos fueron. Muchos. Demasiados. Y se escucharon como si hubiesen ocurrido en el patio de mi casa. Alguien disparó... y yo fui el único que lo oí. Nadie más.
Como si el mensaje oculto de tal suceso fuese exclusivamente para mí. Como un alerta... Un recordatorio de que las balas no deben ser algo cotidiano. Algo normal, esperado. Algo a lo que tengo que acostumbrarme.
¿Quién invitó a la horrible cara, la tenebrosa voz, de la violencia, de la muerte a destiempo, a las noches de mi tierra, regida por el colorido cantar del coquí? ¿Con qué derecho nos creemos propietarios de la paz y la tranquilidad del prójimo? ¿De su vida?
La paz se ha convertido en un privilegio que muy pocos disfrutan. Un privilegio que cada vez nos sale más caro: desde las alarmas, las rejas, las armas, hasta el renunciar a nuestra vida social. Lo escuchamos todos los días, de boca nuestra o de nuestra gente. No se limita a las "altas horas de la noche"... Ni en nuestro "hogar, dulce hogar" estamos a salvo. Ni en la calle, el mall, el cine. Esos espacios se han convertido, lamentablemente, en campos de guerra. En el patio donde el demonio juega a policías y ladrones.
Uno se siente impotente ante este cuadro, este "diagnóstico" informal que uno hace de la situación. Sabiendo muy bien que, por uno mismo, es imposible hacer algo físicamente para detener estos incidentes. No obstante, nuestro campo de acción, la tierra buena en la que debemos sembrar buena semilla, está en nuestras casas. Los más jóvenes deben convertirse en ese huerto que da frutos alimentado por los valores que les inculcamos. Son esos frutos los que sostendrán a esta sociedad falta de esperanza.
Dos personas murieron muy cerca de mí. No sé sus nombres, probablemente no los conocía. Pero temo que era gente joven. Como la que me encuentro a cada momento a mi alrededor. Gente joven que no debería tener nada que ver ni buscar con la violencia ni la muerte.
Esa alarma sigue sonando, al oído, y me despierta a la realidad de una lucha que tenemos que seguir dando los que nos quedamos. Las balas suenan muy cerca, y el coquí se escucha cada vez más lejano...
Que descansen en paz.
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