Ya los niños y niñas no son el futuro. Son las víctimas de un presente sin horizonte. Son el chivo expiatorio para todas nuestras carencias, problemas, vicios... Los hemos traido al mundo como bultos donde descargamos la violencia intrínseca de una sociedad que raya en lo anárquica y suicida. Una sociedad donde los adultos nos olvidamos que, alguna vez, fuimos niños.
Y, si ahora hemos llegado a esta edad, es porque recibimos un mundo donde las condiciones -lejos de ser perfectas- fueron suficientemente buenas para crecer. Ese derecho básico, ¿no lo merecen nuestros pequeños y pequeñas? ¿Donde puedan ir a la escuela, al cine, o acompañarnos a cualquier sitio sin temer por sus vidas? ¿Sin tener que ir armados a clase? ¿Donde no sean un pedazo de carne puesto en el congelador?...
Por años, nos hemos preocupado y hasta preparado para el inminente "fin del mundo." Y, de la mano, le hemos ido terminando el mundo a nuestra niñez. Egoístamente. Sin escrúpulos. Y aún así, ¿qué es lo único que recibimos de ellos? Amor sincero. Besos. Abrazos. Alegría verdadera. Sinceridad. Energía positiva.
Ellos y ellas son nuestro mayor tesoro, la semilla que dará fruto abundante. De ellos aprendemos la mejor forma de vivir: con corazón puro.
Nuestros niños y niñas merecen un mundo que les dé la oportunidad de construir y recorrer su propio camino. Un mundo que les permita crecer sin prisa. Un mundo que no los agreda, sino que los reciba como parte de él y los deje libres para vivir una vida plena. Si, nuestros niños merecen VIVIR. Entendámoslo de una buena vez.
(Imagen: edupni.com)
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